Revolver historias viejas para rehacerlas es lucrativo, sin embargo, también entraña riesgos: acabará apareciendo el hastío. Y el globo de agua solo es divertido si estalla en cara ajena.
La persona que realizó algo tan improbable -y alambicado- como Legión, Noah Hawley, de primeras merece mi confianza vitalicia.
Presenta Noah el dilema clásico de qué nos humaniza, entre qué rayas existenciales se encuadra la humanidad. No hace tantos años, Humans también lo hizo. Ojalá Gemma Chan en Alien: Planeta Tierra.
Una de las series del año.
Pese a ser un serial cuya brocha gorda es evidente (parece que la has visto antes pero en otro contexto, como si hubiese una plantilla narrativa mal disimulada), quizá por pecar de exceso de subtramas, su armazón es ultraconsistente y bello. Hay un buen trabajo en todos los departamentos (las criaturas en exteriores se ven genial, las interpretaciones son de chillar).
Para empezar, la historia se sitúa con acierto en 2120, ni lejos ni cerca de la actualidad en términos históricos, entre Prometheus y la Alien prístina. Esto dota de múltiples posibilidades a la trama, como ofrecer imágenes Disney de archivo ultrarreconocibles para les protas y nosotres. Infantiles.
Porque es una historia de niños grandes, mentes inmaduras en caparazones desarrollados, de matar al padre, el cuerpo, el fracaso, de tener poder eludiendo la responsabilidad (ese villano tan odioso, por su diseño facilón, sí, y por su vigencia tecnofascista, posdemocrática). ¿Somos humanas sin/con eso?
Pocas veces la psique infantil fue tan veraz, ni en Nunca Jamás. Olyphant (el mejor personaje, con su oculta agenda propia) y Ceesay (Man-at-arms malote) están de premio gordo.
Además, hay acción con ácida sangre de colorines, lenguaje silbado, familia elegida, guerra civil entre emporios y un pulpojo monísimo.
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